
Según la leyenda cuenta que un día una hermosa mujer buscaba cura para su hijo enfermo, pero después de haber visitado médicos y curanderos, nada consiguió aliviarlo.
Alguien le dijo que fuera a Chiapa de Corzo donde seguramente encontraría la cura, entonces ella se trasladó con todo y servidumbre. Y su hijo por fin se curó. Al darse cuenta de que el poblado era de gente humilde trató de recompensarlos repartiéndoles víveres. Mientras tanto los indígenas bailaban alrededor del niño —pintados y disfrazados—, para parecer blancos como su madre y el pequeño no se asustara.
Cuando la señora —que supuestamente responde al nombre de Doña María de Angulo—, entregaba los regalos a los bailarines decía: “para el chico”, palabra que con el dialecto indígena se resumió a “Parachico”.
Los parachicos son aquellos personajes que usan una máscara de madera, jorongo de colores y sonajas, llamadas chinchinas, los cuales salen por las calles a bailar en honor a San Sebastián y San Antonio.
Por lo que esa mezcla de cultura y religión se ha ido adaptando a lo largo de los años: ahora, mientras los parachicos salen a bailar por las calles, también visitan diferentes casas e iglesias que tienen a los santos, a los que se les ofrece un tipo de ofrenda con el baile. Los parachicos se acercan a ellos para tocarlos, persignarse y agradecerles pro lo que les ha dado.
Es tal la cantidad de parachicos (más de un 50 por ciento de la población sale a bailar), que necesitan un guía, es pro eso que existe el patrón de los parachicos; cargo que se va pasando de generación en generación. Antes de ser nombrado como el nuevo patrón, debe de ser aceptado por la comunidad y ser un ejemplo de vida para ellos.
No existe una norma que especifique cuánto puede durar el patrón: “eso depende de cada uno, cuando ya no se pueda o cuando uno muera”, explica el actual líder que lleva seis años al frente de los seguidores.